El peso del alma enferma

 Tengo un vacío en mi pecho que me retuerce por dentro. No sé si algo muy dentro se aferra o se está dejando ir. ¡Cómo duele la vida! Cuando se escapa y cuando llega.

Creo que lo que me duele es el alma, mi vida. Sí, ha de ser eso. Está dañada hace un tiempo y no saben diagnosticarle con certeza. Me auto indiqué una buena dosis de tí. Me di cuenta que cuando mi alma se estaba yendo tus manos la mantenían conmigo.

Caminamos juntos ya tres años. A veces incluso corriamos y después nos veíamos obligados a frenar. Siempre odié las medicinas. Pero esto era distinto. La dulzura y sencillez de tu risa pequeñita y ajustada, tus ojos a veces grandes y otras agudos, pero siempre profundos y dispuestos a tranquilizarme con solo una mirada, dieron a mi alma el sostén necesario para mantenerse ergida.

Y a veces el camino era complejo por el ripio, otras por los declives y las subidas. Pero yo miraba hacia tu lado y me seguías sosteniendo. 

Y así continuamos y yo nunca me percaté de mi egoísmo inútil. Hasta que un día te noté exhausta. Tu rostro ya no sonreía, tus ojos me despreciaban. Era evidente que tanto esfuerzo te había agotado. ¡Y claro, ya era hora de que empezara a sostener mi alma solo! Maldito cómodo ingrato que resulté. 

Y así fue como quitaste tus manos de mi alma, estiraste tus ya entumecidos dedos, levantaste tu rostro sonriente hacia el horizonte, dibujaste una sonrisa y te alejaste rápidamente con tu caminata síncopada mientras yo aún absorto con mis ojos cristalizados te miraba alejarte en ansiada libertad.

Fue entonces que sin dudarlo y al grito de un desesperado no me dejes, recogí rápidamente el desastre de los piolines que sostenían mi desmoronada alma y corri al horizonte a encontrarte promrtiendote de mi alma yo cuidar.

No hay comentarios: