Infanticidio

Sos un niño, me recordabas, a veces con mueca cómplice amiga de la ternura, y otras con el ceño que de tan fruncido parecía señalarme con desprecio. Y era mi inocencia de creer en mis fantasías y sueños que me convencían de saber volar. Y ciertamente estaba suspendido en etéreo lapsus cuando mis ojos se cerraban alejándome de lo mundano, descubriéndote con todo el resto de mis sentidos. Tu pecho extasiando mis labios, cobijando tus caderas con una mano e intentando abarcar tan sólo una pizca de la belleza de tu rostro con la otra. Era claro, ya había aprendido a hacerlo y no tenía miedo, la pista de tu cuerpo me era familiar y carreteaba por tu espalda hasta despegarme de la secular monotonía para ver desde lo alto lo pequeño que es el mundo cuando por fin podes volar. Suspendido, asombrado, vislumbrando absorto y sintiendo la bruma de tus cabellos en mi cara, el rocío de tus labios y el calor de mis alocadas ideas. Tus ojos fueron mi perdición. 
Pero nunca gustaste saberme tan libre y brillando entre tus brazos. Qué mayor grito de libertad que elegir volar a tu lado. Y de alguna manera me hiciste entender, que nací sin alas, que todo fue un lapsus y que ya me había elevado y luego sólo me quedó caer desde lo alto y en picada. Hay detalles del golpe que mejor no mencionar, pero sí hay algo cierto: el niño ha muerto, no hay alas ni sueños, ya nada tiene el entusiasmo y se perdió la capacidad de deslumbramiento. Algo de mi se fue con vos.