II - El Velo, adagio expressivo


La impertinencia desdibujó mi mesura
Por mero capricho de Bacco,
Vulnerando todo artigulogio
Por domar mi penoso interior.

Y fue así que en inexorable reflejo
La perplejidad de zafiros provoqué
Al la altivez de tus manos conquistar
Con a las mías tras tímido ademán.

Y luego de esto no hay esmero que alcance
Para citar con palabras siquiera una parte
Del sublime sentir en el que sumióme al instante
La inesperada dicha de tu respirar compartir.

Más no duró mucho el efímero lápsus,
Pues yo soñaba mientras tú dormías,
E invadióme la angustia de la innegable realidad
Al notar que tus manos jamás dejaron de escamar.

Y era la inocente sobervia de tu temple
Quien la pureza de tus ojos escondía
Tras espeso y necio velo glacial
Privandonos en vano de su auténtico alumbrar.

E intentó la congoja muy profundo en mí irrumpir
Al por fin tu lánguida lengua articular
Aquellas palabras con las que callé al oír
El desgarrador grito de mi paisaje interior.

Más sólo por eso jamás hubiera renunciado
A descubrir la belleza de aquél tímido y preciado,
Ya hoy bien sabes, mi objeto deseado,
Y su corazón acariciar.

Y doy gracias a la tenacidad de inquirir,
Ya no en lo fugacidad de la seda de tus labios conquistar,
Más por el espeso velo que te ahogaba quitar.

Aprisionábate expectante mi suplicante mirada
Cuando por fin exhaló tu alma en dulce suspiro,
Envolviéndo mi cuerpo en un gozo perplejo,
La más bella escencia de tu aletargado interior.

Y aún después de tan bello y sincero acto
Reina y oprime en mí la nostalgia
Del indeseado posible de obligarme a olvidar
La proeza de tras el velo haberte podido observar.

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